Si hay una patología que persiste hasta el punto de estructurar el espacio público nacional esa es la corrupción.

Si hay una patología que persiste hasta el punto de estructurar el espacio público nacional esa es la corrupción.

Cuando el tío de un amigo fue elegido rey del país, fue – siguiendo la buena regla del nepotismo brasileño – a su casa para felicitarlo. En el centro de la sala, el sobrino, ante el asombro de mi amigo, dijo lo que muchos pensaron pero no se atrevieron a mencionar: “El tío se preparó”.

En un silencio de gritos, mi amigo pensó: todos deben estar pensando lo mismo, una posible “solución” personal. Un puesto con privilegios para “el resto de tu vida”, que sociológicamente corresponde a convertirse en aristócrata. Es entonces cuando pasas a formar parte del “establo” de Raymundo Faoro. La casta está sustentada por un sistema político formalista, que gobierna por sí mismo, pero, paradójicamente, es elegido por el “pueblo”.

Dios nos ayude a encontrar un “práctico”, como diría mi colega Lívia Barbosa, en este lío inviable e inviable de Toffoli. Testimonio vivo de la omnipotencia monocrática del STF. Fotografía: Wilton Junior/Estadão
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Pero eso fue en el siglo pasado, cuando “las vacas se iban al pantano”. Hoy –debido a la imposibilidad legal (e irracional) de construir barreras– están en los tejados. Navegan en Dias Toffoli, pesando sobre nuestras cabezas. Calaveras que no tienen escuela para entender cómo un magistrado supremo se atreve a desafiar el más asqueroso sentido común, borrando la historia del mayor esquema de reparación de corrupción jamás revelado en Brasil.

Si hay una patología que persiste hasta el punto de estructurar el espacio público nacional es la corrupción. Armação, como nos recuerda el ministro, cuyo punto de partida es siempre un vínculo velado de amistad, camaradería o parentesco.

Son las relaciones personales con quienes actualmente ocupan el cargo de presidente las que motivaron los absurdos del orden. Una petición de perdón de Lula, cuya exageración sólo demuestra la enorme fuerza de los vínculos personales en Brasil. Es, por tanto, con la valentía que sostiene las relaciones personales que el ministro intenta recuperar la separación de su amigo, revelando hasta dónde puede llegar el peso de las amistades en Brasil. Estos vínculos sin los cuales –y Lula lo sabe bien– no se puede gobernar ni dormir en paz.

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He analizado el peso y la fuerza de estos vínculos de “conocimiento”, “intimidad” y “consideración” que operan como ecuaciones de un ser sociológico a ser considerado. No está de más recordarlos:

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Tengo un coraje indomable para todo, menos para negar la petición de un amigo. A los amigos todo, a los enemigos, la ley – corolario; Si un amigo usa la ley en mi contra, tratándome por igual, se convierte en un enemigo. Un enemigo de un amigo es un enemigo. La famosa samba de Beth Carvalho reitera este “teorema de la amistad”, cuando con razón se queja de las reciprocidades contenidas en los vínculos y el “conocimiento” brasileños. Entre los “amigos de la fe” existe la obligación de “retribuir”. Es el deber de pago y cambio que exige la “ética de la condescendencia” de los vínculos personales. Como advierte la samba: “Pagaste con traición / A los que siempre te dieron una mano…”.

Dios nos ayude a encontrar un “práctico”, como diría mi colega Lívia Barbosa, en este lío inviable e inviable de Toffoli. Testimonio vivo de la omnipotencia monocrática del STF.

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