Vacunas, ética y ciencia

«La vacunación es una manera simple pero profunda de promover el bien común y cuidarnos unos a otros, especialmente a los más vulnerables». Oportunas palabras del Papa Francisco, que el Renacimiento liberado. Recuerde que el Papa fue vacunado en marzo, diciendo en ese momento que era una obligación ética.

Afortunadamente, en Portugal la negativa a vacunarse contra el covid19 es muy poco frecuente. Pero en otros países este rechazo se hace sentir. Este es el caso de Francia, por ejemplo.

Quienes invocan el derecho a la libertad de no ser vacunados – los llamados “negacionistas” – no se dan cuenta de que están obedeciendo a un reflejo egoísta. Es el individualismo liberal llevado al extremo. Lo mismo ocurre con el uso de la máscara. Sirve para proteger no solo al usuario, sino también a los demás.

En Francia, como en varios estados estadounidenses gobernados por políticos del Partido Republicano, el rechazo de la vacuna y la máscara se defiende en ocasiones negando la importancia de cualquiera de las dos para el bien común de la población. Esta es una reacción irracional a lo que dice la ciencia. Es la misma actitud que se encuentra al rechazar la gravedad del cambio climático.

Allí, los fundamentalistas religiosos (cristianos que leen la Biblia literalmente) se unen a los defensores de las más absurdas teorías de la conspiración, como, por ejemplo, considerar que quien nos vacune nos va a inocular con una sustancia letal.

Es así como pasa de una exagerada veneración por la ciencia, visible en el siglo XX. XIX, cuando algunos pensaron que daría respuesta a todas las dudas y problemas de los hombres, por una negación de la razón, ya en el siglo. XXI, pero actitud típica de la época anterior a la Ilustración.

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Es curioso notar que esta devaluación posmoderna de la razón tiene raíces intelectuales en Francia. Los filósofos y sociólogos franceses se esforzaron por deconstruir los enunciados científicos, refiriéndose a meras relaciones de poder.

Las ideas de estos críticos de la razón fueron aceptadas en varias universidades norteamericanas, donde en las últimas décadas se ha instalado una dictadura de los “políticamente correctos”, contraria al espíritu del libre debate de ideas. Allí se revela una intolerancia para quienes piensan diferente, que no es ni racional ni científica, ya que la ciencia avanza reemplazando convicciones anteriores por nuevas ideas, en un proceso sin final a la vista.

Es así como en París, hace dos semanas, 200.000 personas se reunieron furiosamente contra el uso de mascarillas, vacunas, la exigencia de un certificado de vacunación para entrar en restaurantes y espectáculos, etc. Una afirmación de egoísmo, disfrazado en la invocación de un derecho incomprendido a la libertad individual.

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