Ciencia y comunidad | Opinión

Ciencia y comunidad |  Opinión

Hablar de política científica en sus diversos aspectos se vuelve repetitivo, con textos similares escritos en los mismos lugares por diferentes personas con años de experiencia, simplemente porque las cuestiones esenciales siguen siendo las mismas. Del contexto nacional al internacional; desde la forma en que se hace y financia la ciencia, hasta las estrategias para su difusión y criterios de evaluación.

Es cierto que siempre hay que hacer ajustes y, además de los grandes temas ya mencionados (cambio climático, inteligencia artificial, microplásticos), una tendencia emergente refleja la situación actual en Europa, donde, independientemente de las posiciones personales, la investigación será mayor prioridad en proyectos de defensa, seguridad o de doble uso (“doble utilizar la investigación”, en inglés), es decir, investigaciones cuyos resultados pueden tener aplicaciones tanto civiles como militares.

Pero, independientemente de las fluctuaciones inevitables, es cada vez más importante incluir a los ciudadanos a quienes supuestamente sirve la ciencia. Esto no implica en modo alguno descuidar la investigación básica, cuyos resultados son imposibles de predecir y que es fundamental precisamente por eso. Pero hay que, además de apoyarlo, explicarlo adecuadamente. Sobre todo, explicado de manera que involucre a la comunidad, sin utilizar un tono profesoral para los receptores pasivos, algo que en comunicación científica se denomina “modelo deficitario”. Por mucha buena voluntad que uno tenga, siempre hay un sentimiento de cierta arrogancia en este tipo de iniciativas, que puede alienar a las personas a las que se dirigen, terminando cristalizando en una burbuja que sólo incluye a los ya convertidos.

Es importante entender que esta conexión con la sociedad va mucho más allá de las soluciones tecnológicas que, incluso cuando resulten exitosas, deben tener una integración social permanente (y global) que las haga efectivas en el largo plazo. Especialmente porque las llamadas “balas mágicas” científicas para resolver problemas instantáneamente no sólo son muy raras, sino que además tienden a no ser definitivas.

Un buen ejemplo es el descubrimiento de la penicilina y otras moléculas similares, que gracias a su éxito propiciaron un uso indiscriminado (la falsa seguridad que implica el concepto de “bala mágica”), dando lugar al fenómeno de resistencia a los antibióticos, creando enfermedades patógenas. microorganismos cada vez más difíciles de controlar y un grave desafío para la salud pública.

Puede que no sea fácil ni lineal. No sólo hay investigadores sin vocación para este tipo de tareas (está bien, no todos tenemos que hacer lo mismo), sino que hay problemas que son difíciles de subdividir en tareas solucionables a corto plazo, y donde se puede ver el efecto inmediato de acciones específicas (empezando por la lucha contra el cambio climático).

Pero hay pasos que se pueden tomar. De ahora en adelante, hacer que estas actividades formen parte de la formación de jóvenes investigadores. Luego, involucrar a las empresas, las asociaciones de ciudadanos, los gobiernos locales y nacionales (formando, con la academia, la llamada “cuádruple hélice”) en proyectos concretos que tengan sentido. E involucrarlos no sólo, y esto es crucial, como ejecutores, sino como cocreadores, ayudando a diseñar soluciones y evaluando su impacto.

Por ejemplo, en los proyectos relacionados con nutrición y enfermedades metabólicas “PasGras” y “Setas: de la Dehesa a la Plato»​, ambos teniendo lugar en la Universidad de Coimbra. Donde los hábitos alimentarios son estudiados desde la educación infantil por sociólogos y psicólogos, mientras los deportistas y los investigadores en ciencias del deporte monitorean sus regímenes de ejercicio; y médicos, biólogos y bioquímicos evalúan las dietas o el valor nutricional de alimentos prometedores menos difundidos.

Pero también es necesario que, paralelamente, los productores enmarquen esta información con su experiencia sobre el terreno (separando lo utópico de lo realizable), o que se popularicen nuevas recetas con la participación de chefs y comedores, con campañas planificadas con la ayuda de asociaciones alimentarias, educadores, artistas, agentes culturales, autoridades locales. En un diálogo permanente que, reconociendo la importancia de las fronteras disciplinarias, las trascienda.

De estas actividades nació, de forma orgánica, una Hermandad de las Setas y de las Trufas (sede en Mealhada), involucrando a científicos, productores y otros ciudadanos, que tal vez sirva para prolongar diálogos y proyectos, creando lo que todos deberíamos desear: la sostenibilidad más allá de los fondos concretos, siempre incierto e impredecible.

Es cierto que estos proyectos también pueden producir (y producen) artículos científicos “clásicos”, pero ese no es el objetivo principal. Más bien, la ciencia debería ser una parte permanente e integrada de una comunidad más amplia, no una herramienta misteriosa detrás de un cristal, que dice «romperse sólo en caso de emergencia». La vieja noción de que no debemos descuidar lo local, especialmente cuando nuestra ambición es y debe ser global.

El autor escribe según el nuevo acuerdo ortográfico.

Written By
More from Arturo Galvez
Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *