Todos los días nos enfrentamos a preguntas relacionadas con la seguridad de las vacunas o si el cambio climático es real. La ciencia dice que sí. ¿Deberíamos creer en la ciencia? No, debemos confiar.
Los términos creer o fe no son comunes en el discurso científico. Esto se debe a que la ciencia no puede verse como una cuestión de fe. En ciencia, no existen creencias o suposiciones sobre un hecho o declaración en particular.
En el conocimiento científico, la verdad sobre un hecho se basa en datos, observaciones y conclusiones. Los científicos pueden utilizar diferentes enfoques, diferentes métodos, pero deben someter las conclusiones al escrutinio de sus pares. Tienen que demostrar a los expertos en este campo que lo que dicen es correcto y está fundamentado. En este sentido, la ciencia es bastante escéptica e incluso conservadora sobre los descubrimientos. (…) La ciencia puede entenderse entonces como un conocimiento consensuado de expertos, que validan los conocimientos obtenidos a través de evidencias científicas irrefutables capaces de demostrar la veracidad de un hecho o afirmación. Además, esta certeza siempre puede ser verificada por otros científicos, dado que la información científica es pública y está sujeta a verificación.
el tiempo de la ciencia
Sin embargo, en los tiempos que vivimos, la ciencia se enfrenta a un desafío: el tiempo. El tiempo de la ciencia no es el mismo que el de la política, y menos aún que el de la comunicación. Vivimos en una era en la que el tiempo se optimiza en todos los contextos y todos los que nos rodean lo valoran. En particular, las generaciones más jóvenes, cuyo consumo de información y contenidos debe ser inmediato, debido a la necesidad permanente de absorber la mayor cantidad de información que se pueda obtener.
Lo que se ha visto en los últimos años, particularmente desde el inicio de esta pandemia, es una demanda de respuestas que la sociedad en su conjunto da a la ciencia. Acostumbrados a ver cómo la comunidad científica resuelve problemas, exigimos celeridad en el propósito de resolver el problema que apareció inesperadamente en nuestras vidas. Fue precisamente en este punto que los científicos subestimaron el poder y la capacidad de propagar información. Cedieron a la tentación de responder a la urgencia de la información que casi ha impuesto la sociedad mundial.
El autor escribe siguiendo el nuevo acuerdo ortográfico.
De repente, surgieron muchas preguntas. ¿Qué virus es este? ¿Cuánto durará la pandemia? ¿Se puede curar la enfermedad? ¿Vamos a tener una vacuna? En un mundo altamente conectado, todos teníamos dudas, todos compartíamos las mismas incertidumbres.
Una vez más, la ciencia jugó su papel. En un tiempo récord, nunca antes visto, la comunidad científica, a pesar de no haber podido prevenir la transmisión del virus, desarrolló una vacuna capaz de proteger eficazmente a la mayoría de las personas de las formas más graves de la enfermedad. Sin embargo, la comunicación no fue la más adecuada. Por primera vez en la sociedad contemporánea, los científicos, impulsados por una comunidad ávida de respuestas y soluciones, despreciaban el tiempo de la ciencia y tenían la necesidad de comunicar permanentemente las evidencias científicas, también rectificadas con la misma constancia. Es decir, permitieron que el tiempo de la comunicación, las redes sociales y la política también gobernaran su tiempo, permitiendo que el sentimiento anticientífico creciera en los últimos años, aprovechando la duda y desconfianza que brindan estos fallos comunicativos.
Desacreditar la ciencia también es hoy en día una estrategia política. La desinformación y el descrédito de la ciencia tienen enormes efectos dañinos, a nivel político, de salud pública y de seguridad. Y esto sucede siempre que la ciencia entra en conflicto con los intereses políticos, sociales y económicos de un movimiento, grupo o sector de la sociedad. Los intereses contrarios al avance científico y la negación de la verdad científica aparecerán cada vez más en los tiempos venideros, favorecidos por la rápida difusión de información, sin control y supervisión.
Sin embargo, la verdad de la ciencia siempre prevalecerá. De la misma forma que confiamos en la fiabilidad de las tecnologías de la comunicación, medicamentos y vacunas, infraestructuras y vehículos, todos ellos creados a partir de la constante evolución científica, la confianza en la ciencia como conocimiento es algo que no debemos perder. Para ello, los científicos tienen un papel fundamental y no solo deben comunicar resultados, logros y financiación. Significa que deben comunicar no solo lo que saben, sino cómo lo saben, presentando de manera clara y objetiva su progreso. No ceder a la urgencia de la comunicación, no comunicar lo que no es relevante, aún temprano o incierto. La ciencia necesita tiempo.
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