Ha pasado un año, el 15 de octubre de 2020, desde que el Papa Francisco hizo públicas sus reflexiones sobre la educación actual en el Pacto Global por la Educación. Estábamos entre encierros y ya se conocían algunos de los efectos en la educación, en los niños y en general en los estudiantes, del primer encierro.
Esta iniciativa del Papa Francisco cuenta con el respaldo de la UNESCO y otras instituciones académicas, señalando siete compromisos que promueven el diálogo entre culturas, la paz y la ecología integral. Los compromisos abordan la centralidad de la persona en cada proceso educativo, promoviendo la atención a la realidad de cada uno, cada escuela, cada comunidad. El Papa propone que el punto de partida se adapte a cada realidad y no se establezca de forma estandarizada. También especifica que todos partes interesadas que las organizaciones escolares se involucren y escuchen, incluyendo a niños y familias, y que nuestro apoyo educativo incluya a los más vulnerables, especialmente niñas y adolescentes, encontrando diferentes y nuevas vías de desarrollo económico y comprensión de los avances, permitiendo la protección de la explotación de los recursos de nuestro planeta.
Este Pacto Global por la Educación adquiere un significado especial cuando miramos la situación actual en el mundo, pero especialmente en los cuatro rincones del mundo. El impacto de la pandemia del covid-19 que ha afectado globalmente al mundo entero ha tenido diferentes expresiones en cada lugar, en cada país.
El Papa se refiere a la educación como el medio más eficaz contra la cultura individualista. Uno de los legados de esta pandemia es el arte de trabajar juntos como una forma de construir alianzas y puentes que nos lleven a encontrar nuevas y valiosas formas de educar, crecer, desarrollarnos y avanzar.
Educar es una cuestión de amor y responsabilidad, según el Papa Francisco, por el conocimiento y la cultura que se transmite y suma de generación en generación, y por los avances en la gestión y sostenibilidad de los recursos y la ‘economía mundial’.
¿Cómo vemos nuestra responsabilidad cuando leemos y escuchamos acerca de los planes de recuperación al aprendizaje? ¿O cuando recordamos a los refugiados afganos? ¿Cómo vemos nuestra responsabilidad en la educación de las niñas afganas y otras víctimas de discriminación? ¿Qué pasa con la educación de todos los niños que habitan la isla de La Palma y otros, cuando los desastres naturales les impiden ir a la escuela? ¿Qué pasa con aquellos que viven en regímenes dirigidos por gobernantes que obstaculizan el conocimiento, no promueven el discernimiento individual y colectivo y difunden información errónea, miedo y malentendidos?
La educación promueve hábitos y buenas prácticas que se convierten en cultura. Para que la semilla de la armonía tenga consistencia, es necesario educar consciente e intencionalmente para la paz. Crear una cultura de educación para la paz, junto con el desarrollo del conocimiento y lo que hacemos con él.
El desarrollo a todos los niveles y la promoción de la paz no son mutuamente excluyentes, sino todo lo contrario. Depende de cada uno de nosotros, y de cada profesional de la educación, apoyar con valentía esta convicción. Hemos aprendido de la pandemia que no estamos solos. Estamos aprendiendo en la pospandémica que todavía no somos nada solos.
Si no trabajamos juntos para vacunar a las personas en los países más desfavorecidos, continuaremos teniendo covid-19 en nuestro mundo. Necesitamos los productos fabricados en estos países y ellos necesitan el rendimiento financiero que les brindan estas industrias. La noción de interdependencia está creciendo y es real. ¿Cuál es nuestra responsabilidad en la educación de las generaciones futuras que permita intercambios e interacciones más justos y equilibrados que promuevan el bienestar de todos?
El Papa Francisco dijo en el lanzamiento del Pacto Mundial por la Educación el 15 de octubre de 2020: “Es hora de avanzar con valentía y esperanza. Que, para ello, nos sostenga la convicción de que el germen de la esperanza reside en la educación: una esperanza de paz y justicia; una esperanza de belleza, de bondad; ¡una esperanza de armonía social!
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