Jesús, misericordioso y fraterno, rompe la visión de una religiosidad prejuiciosa en la que el leproso es considerado impuro. El Señor se acerca, lo toca y lo sana. Cristo es libre, es responsable, porque rompe tabúes para liberar a un hijo de Dios
Padre César Augusto, SJ – Vatican News
La primera lectura nos habla de los prejuicios de quien padece una enfermedad. En aquel momento era lepra, hoy podría ser SIDA. Lo importante es reflexionar sobre nuestras actitudes y las de nuestros contemporáneos hacia los enfermos de nuestro tiempo.
Veamos cómo se comportará Jesús en este tema. Marcos, en su evangelio, nos cuenta una escena donde un leproso se acerca al Señor y le pide curación. El Maestro lo toca y lo cura.
Tenemos dos actores en escena: el leproso y Jesús. El leproso realmente quiere ser curado. Entre obedecer normas rituales y romperlas para acercarse al Señor, optó por lo segundo. Su deseo de curación y su fe en el poder del Señor son más fuertes que las prescripciones judías. Si estás infectado con una enfermedad socialmente marginante es porque te has ganado esta marca por algo malo que has hecho y sólo el sacerdote puede liberarte de esta mancha. Es el reflejo de lo espiritual en lo físico, pensaban estas personas.
Jesús, misericordioso y fraterno, rompe la visión de una religiosidad prejuiciosa en la que el leproso es considerado impuro. El Señor se acerca, lo toca y lo sana. El Señor se muestra mayor que los sacerdotes, porque realmente libera al hombre de su enfermedad y de su culpa.
La segunda lectura, extraída de la Carta de san Pablo a los Corintios, nos enseña a ser libres. Y ser libre para Pablo significa ser responsable, hacer todo por la salvación de todos y no pensar en los beneficios para uno mismo.
Jesús es libre, es responsable, porque rompe tabúes para liberar a un hijo de Dios.
Queridos hermanos que os escucháis, ¿cuán libres somos? ¿Hasta qué punto nos enfrentamos a prejuicios, miedos, temores de ser hermanos? ¿Hasta qué punto podemos acomodarnos para que nuestra vida tranquila y pacífica continúe, aunque esta actitud preserve nuestro egoísmo, proteja nuestro prestigio, todo esto en detrimento del amor fraternal, del amor al Señor que se ha identificado con los humillados y los ¿sufrimiento?
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